jueves, 22 de septiembre de 2011

Bámbola




Madrugada. Doce cincuenta y seis. Te acercas sigilosa a la despensa. Mamá te dijo que no abrieras el bote de las galletas. Pero te puede la gula de dulce en la boca. Ves la puerta entreabierta. Las hueles. Canela y nueces. Mmmmm...casi puedes sentir cómo crujen entre tus dientes. De pronto, oyes pasos por el pasillo y de puntillas, corres a tu habitación y cierras despacio.

¡Bámbola, niña traviesa! No puedes evitar que se te escape la risa, mientras te tapas la boca con la mano y corres hacia la ventana.


Desde el cristal ves una luz encendida en la oscuridad, son la una y trece minutos. La casa de enfrente, la que da al Mediterráneo. Sólo atisbas una silueta tras aquella ventana. Sombra chinesca. Algo se mueve. Maúlla algo ahí fuera. Vigilas curiosa intentando adivinar.


Te dijeron que no te acostaras tarde. Pero los ojos de par en par le pueden al sueño. Mamá te tirará de la sábana por la mañana, a la hora del desayuno. Tú ronronearás aunque sabes que no te servirá de nada. Mamá siempre dice que hay que hacer lo que hay que hacer. "Los deberes primero, divertirse, después"


Una y dieciocho. La luz de enfrente se apaga. No se ve ni la señal de prohibido, ni nada. Acabas rindiéndote, aunque querías jugar. Te metes en la cama, tumbada boca arriba, cierras los ojos e imaginas que estás en la bañera, cubierta de agua, y que sólo asoman los dedos de tus pies. Es extraño, pero aunque tu cabeza está bajo el agua, sientes que puedes respirar. Hondo.


¡Ay, Bámbola, niña traviesa! Nunca dejas de soñar, ni siquiera despierta.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Aquella vida que hacía con él


En el jardín de casa tenía un limonero y gallinas. Y dos gallos, aunque ya sólo quedaba uno, porque el otro le picó a su niña chica, y le partio el cuello. A su niña no se la toca.
Las gallinas son muy cabronas, así que entraba en el gallinero con un palo, y si entraba con ella, le daba el palo para que ninguna se le acercara.
A ella le gustaba ver como los restos de sandía o melón desaparecían. Le gustaba entrar a coger los huevos y ver cómo las gallinas se dormían sobre unos palos finos. Pero lo que más le gustaba era cuando nacían pollitos. Cuando ya quedaba poco para que nacieran, él cogía los huevos de debajo de las gallinas que los incubaba, y se los ponía a su hija en la oreja para que escuchara al pollito dentro, poquito a poquito, picando el huevo para salir a la vida.
Un día nacio un pollito que no podía andar ni mantenerse en pie, Así que ella estuvo cuidándolo durante días. Era su pollito. Marrón. Precioso. Un día volvió del colegio y ya no estaba.


La misma niña, un día volvió de la facultad, y su papá no estaba en casa. Ni volvió.

lunes, 12 de septiembre de 2011

De hace tiempo


Hoy he soñado contigo. Pero no eras tú ahora. Caminábamos muy despacio, atravesando el puente que separaba tu colegio de nuestra casa. Creo que íbamos tan despacio porque hacia mucho frío y mucho viento. Tu cabeza apenas llegaba a mi cintura y con el brazo te apretaba fuerte contra mí, para protegerte, como si hubiera nacido para eso. Con ahínco, con desesperación. Porque te habías vestido mal y llevabas la tripita al aire y yo no paraba de pensar que te ibas a congelar. Me paraba y me agachaba frente a ti para subirte la cremallera hasta arriba, pero era imposible. Estaba rota. Y tu piel casi transparente se quedaba al aire en medio de aquel frío tan triste. Caminabas torpe y tropezabas porque yo te llevaba casi en volandas, viendo tus rizos flotar sin descanso. Solo quería llegar a casa para que pudieras merendar, pero el maldito puente cada vez era más largo. Y el aire más feo. Te paraste en seco y miraste hacia arriba, hacia mis ojos y ya te empecé a echar de menos.

Ahora, lejos del aire helado y de tus ojos de hace tiempo, solo quiero abrazarte fuerte, aunque mi brazo ya no te abarque y sea yo quien alce la vista para mirarte a ti.