domingo, 4 de marzo de 2012

La incomodidad de tu sombra

Imagen: Caos

Cabía una familia, mi infancia, quizás todas mis siestas, esos sueños largos que echaba algunas tardes, porque eran el modo más cobarde de matarse. La voz de mi madre avisándome de que la comida estaba lista, o ese paisaje de mi padre fumando en pipa, la paz de una tele sin mando a distancia. Cabía el mundo, mi vida, pajas con películas porno cuyas carátulas mentían de forma cruel, manchas de amor por
rubias imposibles. Restos del deseo en gotitas de sudor casi invisibles.
 
Fuera, a través de las cortinas, si te concentrabas mucho, oías el mar, similar a vivir en una caracola gigante. Las risas de los niños cuando salían del colegio o los ladridos continuos del perro de don Alberto también le ponían banda sonora gratuita al salón.
 
Ahora, cuando miro este sofá, todo pasa a un segundo plano. Sólo estás tú, con las piernas cruzadas, la falda por la rodillas, el pie izquierdo en balanceo, la palidez de tus muslos en contraste con las cortinas, mi amor rebotando por las paredes hasta que te rozaba la boca. Quedas tú. Sí, tú eres ese todo que me
habita cuando ya no queda nada.
 
A veces, te pienso y haberte tenido se me hace irreal, como un sueño en blanco y negro. Escenas de una película antigua, algo que vi pero que no sentí como mío. Se ha borrado la parte verídica de lo bueno de mi vida, sin embargo, las tristezas se apilan y apenas caben ya en esta cabeza. Mi mente es la habitación desordenada de un adolescente adicto a la marihuana. Hace un rato que he vuelto del sofá, ahora forma parte del cuarto de las cosas que ya no sirven. Estaba allí, entre cuadros tapados con sábanas, lámparas que iluminaron alguna vez tus pechos desnudos y viven de una memoria sin luz ni bombillas, una muerte lenta cuyo futuro será un contenedor de basura. Sillas vacías de tu peso o el mío, cajas y cajas de cartón, que guardan con vergüenza un pasado cabrón que sin ningún tipo de pena, se rien a carcajadas de mi presente.
 
Me he sentado apenas dos minutos, mi vida ha pasado por delante de mis ojos y cuando hablo de mi vida, hablo de ti. Me he despedido escribiendo tu inicial en el polvo del reposabrazo, he salido echando el pestillo de la habitación, para que tus recuerdos no se escapen nunca y una vez al año, un tres de marzo como hoy, pueda volver contigo y visitarte, en esa vida que tuve y que ya ni siquiera soy capaz de sentir como mía.
 
 
 
 
Ernesto Pérez Vallejo escribe en Los lunes que te deboJusto desde aquí te veo las bragas

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