viernes, 11 de octubre de 2013

Las paredes no tienen piel (Poema de Jandro DQ.)




















Tan solo a
cuarenta y cinco centímetros
de ladrillo, espuma de poliuretano
y cemento
puedo, todas las noches -también por el día-
con un vaso,
sentir tu vida.

Me encanta oírte recitar,
gemir, cantar, llorar, reír,
soñar con lo que podría ser y no es,
en fin,
me encanta ser parte inconsciente de tu piel.

Me fascina imaginarlo todo,
pues solo escucho
el desenlace de las historias.
Nunca he sentido tu contacto,
nada más he visto
la silueta de tu pelo color teja
dibujando en el aire de la escalera
el contorno acaracolado
del pasamanos.

La paredes están desnudas,
yo también noto
cuando tú me escuchas.



JANDRO DQ.


Jandro de Queitano, poeta, entre otras facetas, publica en Degeneración del 93

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Radio sings going to nowhere


Dónde está el pensamiento
del minuto 5:32 al terminar
el postre.
Dónde va la impresión
tras la carcajada, la extrañeza
al volver de la cocina
con la bandeja detallada de cafés
(con hielo solo, solo con sacarina,
descafeinado de sobre con leche desnatada)
Me gustaría a mí saber
en qué punto del universo
se desvanece el deja vu como
un satélite extraviado, 
la repetición insolente
del perro revolcándose eternamente
frente a nosotros.


domingo, 1 de julio de 2012


...otro por comenzado ya medias a historia una escribir quieren pero es claro que es imposible si es verdad que todo tiene un principio como dicen dicen también lo contrario se oye varias veces o eso quiero recordar en esa obra que no olvidé frente a la puerta de la calle de la Huchette cuando el vino vino a mostrar que la ciudad no es sino una fenêtre que hay quien pretende descifrar cual lettre buscando su sino mientras camina en espiral entre las dunas de gente que camina en espiral entre las dunas de gente que cree vivir algo extraordinario si olvida las rutas de hormigas que cada mañana invaden la tierra y la superficie dejan vacia para las personas no gente personas he dicho que andan en inverso zigzag y lento universo en dirección contraria al abismo en el que nunca nadie se atreve a bucear por temor a encontrar los benignos muslos de Iseo que se ríen del odio tratando de simular que quieren escribir una historia a medias ya comenzada por otro...

Guillermo Hector.

miércoles, 25 de abril de 2012

Cuando es verano

                    
Del calor del sol
y la arena que quema
te refresca el mar                            

domingo, 4 de marzo de 2012

La incomodidad de tu sombra

Imagen: Caos

Cabía una familia, mi infancia, quizás todas mis siestas, esos sueños largos que echaba algunas tardes, porque eran el modo más cobarde de matarse. La voz de mi madre avisándome de que la comida estaba lista, o ese paisaje de mi padre fumando en pipa, la paz de una tele sin mando a distancia. Cabía el mundo, mi vida, pajas con películas porno cuyas carátulas mentían de forma cruel, manchas de amor por
rubias imposibles. Restos del deseo en gotitas de sudor casi invisibles.
 
Fuera, a través de las cortinas, si te concentrabas mucho, oías el mar, similar a vivir en una caracola gigante. Las risas de los niños cuando salían del colegio o los ladridos continuos del perro de don Alberto también le ponían banda sonora gratuita al salón.
 
Ahora, cuando miro este sofá, todo pasa a un segundo plano. Sólo estás tú, con las piernas cruzadas, la falda por la rodillas, el pie izquierdo en balanceo, la palidez de tus muslos en contraste con las cortinas, mi amor rebotando por las paredes hasta que te rozaba la boca. Quedas tú. Sí, tú eres ese todo que me
habita cuando ya no queda nada.
 
A veces, te pienso y haberte tenido se me hace irreal, como un sueño en blanco y negro. Escenas de una película antigua, algo que vi pero que no sentí como mío. Se ha borrado la parte verídica de lo bueno de mi vida, sin embargo, las tristezas se apilan y apenas caben ya en esta cabeza. Mi mente es la habitación desordenada de un adolescente adicto a la marihuana. Hace un rato que he vuelto del sofá, ahora forma parte del cuarto de las cosas que ya no sirven. Estaba allí, entre cuadros tapados con sábanas, lámparas que iluminaron alguna vez tus pechos desnudos y viven de una memoria sin luz ni bombillas, una muerte lenta cuyo futuro será un contenedor de basura. Sillas vacías de tu peso o el mío, cajas y cajas de cartón, que guardan con vergüenza un pasado cabrón que sin ningún tipo de pena, se rien a carcajadas de mi presente.
 
Me he sentado apenas dos minutos, mi vida ha pasado por delante de mis ojos y cuando hablo de mi vida, hablo de ti. Me he despedido escribiendo tu inicial en el polvo del reposabrazo, he salido echando el pestillo de la habitación, para que tus recuerdos no se escapen nunca y una vez al año, un tres de marzo como hoy, pueda volver contigo y visitarte, en esa vida que tuve y que ya ni siquiera soy capaz de sentir como mía.
 
 
 
 
Ernesto Pérez Vallejo escribe en Los lunes que te deboJusto desde aquí te veo las bragas

jueves, 23 de febrero de 2012

Sólo para poder continuar



Almacenar
madejas de múltiples colores
durante años.

Pintar un arco iris artificial.
Clasificar por tonalidades
y guardar en nichos.

Acabar por aburrirse
y hacer ovillos cada madeja
tiñéndolos de negro al terminar.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Humo omuH




El crepúsculo es algo así como un palíndromo porque nunca se sabe a ciencia cierta si estamos atardeciéndonos o amaneciéndonos. Pongamos que es por la mañana, muy temprano. Supongamos que apartas el té por un momento y que coges tu cámara y apuntas y disparas y compruebas el resultado en el display. Satisfecha, vuelves al té que has dejado humeante sobre la cómoda y ahora y sólo ahora se ha transformado en una metáfora sugerida por el concepto de humo y por el hecho de haber disparado una foto a través de la ventana. Un revolver, piensas. Un té que humea. Las 7:25 de la mañana. Recuerdas algo así como al principio fue la acción.

Se ha agotado el momento y, como si la realidad fuese al fin un nido de matrioskas, te has dado cuenta de que ha pasado un buen rato y que el color de las nubes sobre la ciudad vieja ya no es el mismo que el que puedes ver en la fotografía. Que el té ya está más bien templado, que las tres o cuatro farolas del paseo ya no están encendidas y que la que has sido tú hace tan sólo unos minutos ahora es ya otra extrañamemente transfigurada por tu propia memoria.

¿Cómo sigue esto?

Entras en tu cuenta. Ana. Anochece. El frío de la nieve justo ahí fuera tiene su correspondencia metafórica en un cigarrillo apagado sobre el cenicero. Tienes los pies fríos y la nuca fría y el corazón frío. Te aburre el frío pero sabes que no es climático, que sale del ordenador, el espía que surgió del frío. Ves el vaho de tu aliento por el contraluz de la ventana. Las nubes salmón, las antenas, el reguero, lo mismo de siempre entre una bruma de aliento, de humo. Has decidido sacar otra foto.