jueves, 7 de mayo de 2009

Sin querer, queriendo


Podríamos pasear por la orilla, la tierra firme me da más seguridad. Ya no creo en el azul. Tú ya lo sabes, creo que te lo conté. Si, lo sé, fue hace mucho tiempo. Pero entiéndelo, el agua me cortó la piel como si su transparencia se alimentara de pequeños alfileres verdosos. Aun hoy tengo cicatrices. Cuando caí, mi cuerpo se desplomo al fondo, y vi todas las cosas que nunca había querido ver. No podía respirar. Nunca pretendí ser pez. Yo no quería saberlo, no quería saber que había bajo el fango húmedo de aquel paisaje de primavera. Pero la barca me traicionó. Me subí sin pensarlo, y así pasan las cosas cuando no deben pasar. Pasan como si le pasaran a otro. Como si todo fuera un pequeño teatro de la absurda realidad. Sin querer, queriendo. Impregnando de crueldad hasta el último poro de la respiración. Porque debajo del agua, al fondo, es imposible mantener el equilibrio. Por eso no me subo más. Aunque esté brillando el sol, no te fíes, esta suave brisa anuncia tormenta.

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