viernes, 16 de septiembre de 2011
Aquella vida que hacía con él
En el jardín de casa tenía un limonero y gallinas. Y dos gallos, aunque ya sólo quedaba uno, porque el otro le picó a su niña chica, y le partio el cuello. A su niña no se la toca.
Las gallinas son muy cabronas, así que entraba en el gallinero con un palo, y si entraba con ella, le daba el palo para que ninguna se le acercara.
A ella le gustaba ver como los restos de sandía o melón desaparecían. Le gustaba entrar a coger los huevos y ver cómo las gallinas se dormían sobre unos palos finos. Pero lo que más le gustaba era cuando nacían pollitos. Cuando ya quedaba poco para que nacieran, él cogía los huevos de debajo de las gallinas que los incubaba, y se los ponía a su hija en la oreja para que escuchara al pollito dentro, poquito a poquito, picando el huevo para salir a la vida.
Un día nacio un pollito que no podía andar ni mantenerse en pie, Así que ella estuvo cuidándolo durante días. Era su pollito. Marrón. Precioso. Un día volvió del colegio y ya no estaba.
La misma niña, un día volvió de la facultad, y su papá no estaba en casa. Ni volvió.
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