miércoles, 14 de diciembre de 2011

Humo omuH




El crepúsculo es algo así como un palíndromo porque nunca se sabe a ciencia cierta si estamos atardeciéndonos o amaneciéndonos. Pongamos que es por la mañana, muy temprano. Supongamos que apartas el té por un momento y que coges tu cámara y apuntas y disparas y compruebas el resultado en el display. Satisfecha, vuelves al té que has dejado humeante sobre la cómoda y ahora y sólo ahora se ha transformado en una metáfora sugerida por el concepto de humo y por el hecho de haber disparado una foto a través de la ventana. Un revolver, piensas. Un té que humea. Las 7:25 de la mañana. Recuerdas algo así como al principio fue la acción.

Se ha agotado el momento y, como si la realidad fuese al fin un nido de matrioskas, te has dado cuenta de que ha pasado un buen rato y que el color de las nubes sobre la ciudad vieja ya no es el mismo que el que puedes ver en la fotografía. Que el té ya está más bien templado, que las tres o cuatro farolas del paseo ya no están encendidas y que la que has sido tú hace tan sólo unos minutos ahora es ya otra extrañamemente transfigurada por tu propia memoria.

¿Cómo sigue esto?

Entras en tu cuenta. Ana. Anochece. El frío de la nieve justo ahí fuera tiene su correspondencia metafórica en un cigarrillo apagado sobre el cenicero. Tienes los pies fríos y la nuca fría y el corazón frío. Te aburre el frío pero sabes que no es climático, que sale del ordenador, el espía que surgió del frío. Ves el vaho de tu aliento por el contraluz de la ventana. Las nubes salmón, las antenas, el reguero, lo mismo de siempre entre una bruma de aliento, de humo. Has decidido sacar otra foto.