lunes, 22 de agosto de 2011

Aves de corto vuelo



Lo hacíamos.

Lo hacíamos alto, altísimo y tan largo, que parecía que nunca iba a acabar. Manteniéndonos a flote en aquel balanceo planeábamos el aire, uno sobre el otro, enroscándonos. Dejándonos caer en picado para en el último momento, volvernos a alzar.

Lo hacíamos intenso, profundo hacia arriba, veloz y lento a la vez. Lo hacíamos rapaces, con hambre, voraces. Lo hacíamos ciego, instintivo, irracional. Emigrabamos huyendo del frío, a buscar el aire templado, dejando tierra y árbol, hierba y nido, todo, atrás.

Batíamos las alas, mirábamos lejos, allá al horizonte, con la boca llena de plumas. Como si en nuestro vuelo pudieramos comernos, además de tiempo y distancia, el futuro, el pasado, el resto.

Lo hacíamos a ras de suelo, rozando con la punta de las alas las briznas de hierba, el agua de los charcos, la puta realidad, dándoles por un instante respiro, pintándolos del color que desde allá arriba sólo nosotros podíamos ver. Pájaros sin ojos, que devoraban sin miedo el aire, manteniendo un vuelo inconstante, dibujando piruetas, trapecistas de nubes, funámbulos del aire. En bandada de dos, contagiábamos a los otros, haciendo enjambre.

Lo hacíamos siempre sin miedo a quedarnos sin fuerzas para seguir volando. Ala infinita.

No, tú y yo nunca fuimos aves de corto vuelo.

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