martes, 25 de octubre de 2011

Esperando



En una esquina de la ventana se evaporan las últimas horas de la luna, las puertas están cerradas pero el aire se cuela por las rendijas, como las cucarachas, y se agolpa en las esquinas de los muebles mientras una mosca refunfuña contra la pared, harta de tanto zumbido autocompasivo. Se acerca el día, como si solo quisiera seguir siendo noche, roto y triste de ser gris, de tener que morir al final. Un lamento de madera asoma detrás del silencio, anunciando que alguien se ha levantado. Suena el silbido agónico de una cafetera nerviosa, una sirena recordando que existe el dolor, la tapa de un contenedor engullendo las cenas de la noche anterior, el crujir chirriante de un autobús parando y algunas hojas muertas, que ya no eran nada en agosto, se precipitan contra los charcos. Entonces, unos huesos cansados de contener el tiempo, se estiran, se precipitan hacia el movimiento y duelen. Son los tuyos. No son huesos como aspas de molino que bailan con el viento y se nutren del sol. Son huesos de invierno, casi rotos, como madera en días de lluvia, sucios y torpes. Y se sienten muy solos, y lo están. Como las hojas, y la mosca, y los contenedores, y la cafetera y los charcos. Solos, muy solos, esperando que pase el tiempo, solo eso. Esperando.

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